El Consejo Regulador de la Denominación de Origen Protegida (DOP) Montilla-Moriles ha alertado de la aparición de los primeros nidos de oruga peluda, un lepidóptero que ataca a cultivos como las habas o la vid y que, de no atajarse a tiempo, es capaz de causar «auténticos estragos» en las plantaciones.

La voz de alarma la dio el Aula de Viticultura a través del boletín que emite semanalmente la Agrupación para el Tratamiento Integrado en Agricultura (Atria), donde detallan que el pasado 10 de diciembre se detectaron los primeros nidos de oruga peluda en viñedos del marco.

Aunque, la presencia de ejemplares de oruga era irregular, desde el Aula de Viticultura del Consejo Regulador recomiendan vigilar la evolución de las telarañas tanto en el viñedo como en su entorno. «En otoños secos, la presencia de poblaciones de oruga peluda suele ser baja», detalla la Atria, que aclara que los ejemplares adultos de este lepidóptero «pasan el verano enterrados y, cuando el suelo se moja lo suficiente con las lluvias de otoño, salen a la superficie».

Las orugas errantes se alimentan de las yemas principales, lo que obliga a la planta a brotar una yema secundaria que ya no presenta racimos, por lo que genera una importante pérdida de cosecha. Por este motivo, el Consejo Regulador anima a los viticultores que detecten en sus viñedos las características telarañas que teje este lepidóptero a tomar cartas en el asunto, dado que es en marzo cuando alcanzan el tamaño suficiente para dispersarse por la viña, atacando las yemas recién brotadas.

Y es que, como insisten desde el Aula de Viticultura, «la presencia de telarañas en terrenos que no se labran es importante y las consecuencias para el viñedo pueden ser serias en el caso de que la brotación de las cepas se adelante y coincida con la diseminación de las orugas», de ahí que se recomiende un control de las colonias de forma «localizada», siendo necesario tratar todo el viñedo únicamente cuando las orugas estén ya repartidas por todo el cultivo.

Las colonias de oruga peluda son capaces de recorrer hasta 300 metros de distancia, permitiendo que, al año siguiente, «estén separadas y no compitan por el alimento». En los últimos estadios del desarrollo, las orugas errantes se alimentan vorazmente y son las que dañan el viñedo por lo que, en su caso, es preferible acometer la destrucción de las colonias cuando están agrupadas. «En este momento, el control es más económico y tiene un menor impacto ambiental», añaden desde el Aula de Viticultura.