Se llamaba Andrés Quesada Madedero (1944-2019). Cordobés de nacimiento e hijo y hermano de cordobeses. Fue bautizado en la Iglesia de Santa Marina y estudió en Los Salesianos (aunque siempre ha renegado de la religión). Con diez años su familia y él tuvieron que trasladarse a Madrid, como tantas otras familias, y los últimos 30 años los pasó en Zamora. Pero aunque los años que pasó en Córdoba fueron pocos, todo aquel que lo conocía, sabía que él era cordobés.

Y es que, sobre todo en los últimos 15 años, él solo pensaba en su ciudad natal. Era un embajador de su tierra hablara con quien hablara y se hablara de lo que se hablara («Sí, Sevilla es muy bonita, pero tienes que ir a Córdoba», «el verdadero salmorejo cordobés sólo lleva pan, tomate, aceite y ajo»...). Y ojo no criticara nadie a los andaluces con los tópicos de siempre, que allí saltaba Andrés con los dientes afilados, defendiendo al jornalero y la alegría de la gente de su tierra.

Leía sobre Córdoba, veía las noticias de Córdoba y, sobre todo, organizaba viajes siempre que podía para volver a pasear por sus calles. Era como disfrutaba, paseando su ciudad y llevando si podía a alguien que no la conociera. En el último año, ese fue su único aliciente: recuperarse para poder volver.

Desgraciadamente, el cáncer es una enfermedad a la que no siempre vences, por eso ese viaje se hizo imposible. Intentamos que lo hiciera con unas gafas virtuales, pero la medicación hacía que se mareara y ni siquiera pudo caminar con su imaginación. Tanta era la devoción por su ciudad natal, que entre sus últimas palabras e inmerso en delirios, dijo alto y claro «los Trinitarios de Córdoba» (tuvo que explicarnos su hermana que en esa plaza jugaba mucho de pequeño, cuando salía del colegio).

Por eso esta carta intenta un homenaje que creemos es el mejor que podíamos darle: salir en la prensa de su amada Córdoba, con su nombre y apellidos. Va por ti, Andrés Quesada, te queremos y no dejaremos de hacerlo nunca.