La capacidad del ser humano para enfrentarse, crear problemas innecesarios y avivar la polémica es asombrosa de verdad. La hipocresía se ha adueñado de forma sublime en esta sociedad. Es curioso: Todo el mundo habla de paz, de amor y cariño, pero luego no podemos vivir sin disputas internas. Ciertamente, es de risa y patético lo sucediendo con ciertos sectores de la sociedad catalana, avivada por el carismático Carlos Puigdemont y sus compinches de la CUP. Ahora, que España iba más o menos bien, y cuando Cataluña es una potencia nacional desde toda la vida, vienen estos personajes y, de golpe y porrazo, forman un tinglado «de campeonato», pidiendo su independencia. ¿A qué viene esta insólita decisión? ¿Tan mal los hemos tratado los españoles?, cuando un 90% de los catalanes son andaluces, y si están así es gracias al esfuerzo de la gente del sur. Siento vergüenza por aquel pueblo de los mismos colores que mi bandera española sagrada, la cual, no la desprecia nadie.

Desde toda la vida, he sido algo simpatizante del Barça, lo mismo que parte de mi familia. Un club admirado y amado en todo el país por su buen fútbol, en la actualidad por desgracia, es despreciado por cuestiones políticas. ¡Qué pena! ¿Acaso no se dan cuenta estos personajes que se están tirando piedras contra su propio tejado? Si se independizan, se morirán de hambre. Por favor: Recapaciten.