La viudedad es una realidad fatal en los últimos años de nuestra existencia, afectando principalmente a las mujeres mayores, aunque haya numerosos hombres que también la padecen. Los años convividos con nuestra pareja, crean unos vínculos afectivos de cariño, dependencia, compañía... siendo difícil de solventar o disminuir cuando las personas subsisten solas.

El deterioro de la salud (por otra parte consecuencia de la edad), las barreras arquitectónicas que dificultan nuestra salida a la calle de forma independiente o cualquier aislamiento social y familiar, provocan un sentimiento de soledad difícil de soslayar y de transmitir. La pérdida de ilusión y de perspectivas de futuro, conllevan una actitud pasiva de cara a realizar algún esfuerzo por restablecer y mantener vínculos con los conocidos o iniciar nuevas amistades.

Estar solo por decisión propia es distinto de la viudez impuesta, ya que ello acarrea tristeza, abandono y aislamiento no esperado, pero es consecuencia de esta situación acaecida.

La soledad social y la emocional que aparecen cuando una persona queda viuda, ha dejado de cuidar de nadie o no tiene quien la cuide, al ser una experiencia subjetiva e individual y única, no presenta signos que se puedan apreciar desde fuera, siendo llevadas con resignación por estas mujeres u hombres.

Hay que evitar el aislamiento relacional, promoviendo programas de acompañamiento y convivencia. Es prioritario entender la viudedad desde el punto de vista social, fomentando estudios que resuelvan esta problemática que determina la soledad no deseada, provocada por agentes externos a nuestra propia vida e ilusiones.