El Córdoba CF se niega a devolver la diferencia entre el precio original del suplemento para el partido de Copa del Rey ante el Getafe, alegando que el periodo de devolución acabó el sábado, día del partido contra el Extremadura, sin que comunicara en ningún momento que hubiera un periodo concreto para ello. No se trata de 14 euros --dos suplementos con siete euros de reembolso cada uno--. Se trata de la imagen del club ante su baluarte más valioso: el socio. Ni una semana después de la extraña campaña de venta de entradas para este partido, el club se niega a devolver lo que no es suyo. Y digo extraña por varios motivos. Una rebaja del precio a poco más de un día del partido; un sistema de devolución que no especifica plazos o adquisición de una entrada para el partido próximo --única fecha, esta última, que se sobreentiende caduca--. Como siempre el socio es el perjudicado, ese que en verano se rasca el bolsillo, pero luego un esporádico puede comprar entradas prácticamente todo el año más baratas que un carnet. A todo esto hay que sumarle apatía, no puede tratarse de otra cosa cuando se llama a las oficinas del club y no responden, o al teléfono de taquilla --durante horario expresado en la página del club-- y de nuevo sin respuesta, incluso un correo electrónico que seguramente se enviara directamente a la basura. Siento vergüenza por este modelo que recuerda a otro no tan lejano en la memoria de los y las cordobesistas. Una campaña seguramente calculada. Se contaría con una buena entrada al pasar de ronda, pero ocurrió lo peor: un rival poco atractivo. Subimos precios, bajamos precios, activamos la máquina de humo y lo servido por lo comido. Ahora el socio es culpable de pagar 500.000 euros por un jugador que destacaría más en deportes individuales --calidad le sobra, camaradería no tanta--, o de esas deudas heredadas --ahora huele a cierto partido político- con empresarios, particulares, y hasta el caso más curioso: con uno mismo. No se trata solo de dinero, la entrada ya estaba pagada y era un precio que acepté en el momento de comprarla, se trata de que los socios somos tratados como lo que se nos llamó un día: «clientes», en un mundo cada vez menos deportivo y más empresarial. Lo dice un socio que baja del número 900, pero con un padre que el suyo baja del 25, número que habla por sí solo.