Pasó la legislatura de la coalición PSOE-IU y, al producirse el cambio a otras nuevas formaciones, muchos nos dijimos: vaya, ya era hora, por fin estos se ocuparán de erradicar de nuestro incomparable casco histórico el problema que crea a sus, cada vez menos, habitantes y a sus, cada vez, mayores cantidades de turistas, la suciedad que produce la gran cantidad de palomas que habitan, crían y se reproducen en los edificios públicos y privados, buena parte de ellos declarados monumentos intocables... Excepto por esas «ratas voladoras», como se les ha llegado a llamar.

Y es que no hace falta ser muy avispado para observar, simplemente dando un paseo desde la calle Claudio Marcelo a la Mezquita-Catedral por el eje García Lovera, Ambrosio de Morales (echar un vistazo a la calle del Reloj), Marqués del Villar, Plaza de Jerónimo Páez, Horno del Cristo. Rey Heredia y Encarnación, un paso de numerosos visitantes de fuera de la ciudad, que se ven obligados a circular por la parte central de estas vías si no quieren verse recibidos con la impronta de bienvenida de estos animales sobre sus cabezas o ropas. Esto amén del desagradable hedor que desprenden sus excrementos ya incrustados en las aceras y que el baldeo no logra extraer.

He leído en estos días en nuestra prensa provincial cómo una considerable cantidad de pueblos han seguido la iniciativa de otros que anteriormente hicieron lo mismo, suministrando a estos volátiles un alimento impregnado en un producto que les impide la reproducción.

Incluso tenemos en Córdoba una casa comercial que se dedica a ello.

Ante este problema que sufrimos a diario los que todavía habitamos la parte más bonita y cultural de nuestra bella ciudad, que vemos cómo se van deteriorando los paramentos exteriores de piedra y las tejas por la acción corrosiva de estos detritus animales, pedimos a la nueva Corporación que no meta la cabeza bajo el ala y lo aborde de la incruenta manera expuesta o de otra que posiblemente existirá. Haciéndolo, habrá hecho un bien a los bienes y monumentos públicos y privados, a lo que está obligada, a la vez que nuestros turistas y transeúntes habrán dejado de recibir un regalito de bienvenida impropio de una Ciudad Patrimonio de la Humanidad.