Todos sabemos que en las comunicaciones y las relaciones humanas la palabra ocupa un lugar prioritario. Bien sabemos que en las conversaciones no siempre coinciden lo que se dice, cómo se dice y cómo se interpreta. No siempre decimos lo que conviene ni en el momento oportuno, si queremos que las palabras sean más que «añicos sentimentales y basura intelectual», porque, como bien decía Enrique Jardiel Poncela: «Todos los que no tienen nada que decir hablan a gritos».

Lo importante es saber decir las palabras, descubrir qué palabras hay que transmitir y en qué momento hay que decirlas. En ocasiones, somos despiadados en nuestros juicios y no dejamos títere con cabeza y subrayamos más lo negativo que lo positivo de cada persona y de cada hecho que observamos. Analiza tus relaciones y medita con gran intensidad si tus comentarios y tus críticas al otro pasan por la verdad, la bondad y la necesidad. Será la mejor manera de mejorar tu entorno y construir un mundo más solidario y fraterno. No es bueno que se contemple nuestra vida con demasiada permisividad, pero sí pedimos que nuestros actos sean contemplados con piedad y nuestras debilidades con una pizca de misericordia. Solo así llegaremos a gestar una sociedad más auténtica y más justa, anclada en la crítica constructiva y en la capacidad de construir más cuotas de fraternidad y respeto.

Alguien escribió: «Si no estás dispuesto a asentar por escrito y firmarlo, no lo digas»... Y si nuestras palabras no incorporan «las tres rejas de la verdad, la bondad y la necesidad», mejor que no las digamos.