Sorprende el uso de determinadas palabras por algunos políticos, comunicadores o gente de las altas esferas, empleadas de manera cotidiana en los medios de comunicación de forma tergiversada y muy interesada. Algunas de ellas se utilizan hasta la saciedad hasta que quedan desvirtuadas y pierden su significado. Por ejemplo, las palabras libertad, democracia o derecho. Estas vienen siendo utilizadas de manera repetitiva para defender cosas como las privatizaciones encubiertas según la libertad de mercado, de la libertad o derecho para la gestación subrogada de mujeres pobres, de la libertad de empresa para explotar sin concesiones a masas de trabajadores empobrecidos, de la libre elección democrática de representantes en elecciones generales (hasta que salga lo que más le gusta a la CEOE), del derecho a la libertad de expresión sin ofender a grandes fortunas, banqueros y corona, claro... Esa es libertad, derechos y democracia que nos ofrecen algunos emisores de manera cotidiana, muchas veces ligadas a los intereses de multinacionales, bancos y grandes corporaciones.

Frente a esto, los intereses y libertad de los de abajo, de los desheredados, de las mayorías sociales en definitiva, se ven como algo lejano y utópico, y a veces lo tachan de radical. Así pues, cosas tan básicas como el derecho a tener una vivienda digna con un uso social, un sueldo que permita cubrir las necesidades básicas sin apuros y unos derechos laborales blindados, unos derechos sociales que permitan una educación, sanidad y prestaciones públicas y universales, así como una libertad de expresión real que permita la libertad de opinión y de crítica para mejorar la sociedad, son vistas por algunos como medidas radicales... Por eso, en el uso de las palabras también es muy importante el emisor y los intereses que hay detrás de ellas. Siendo fundamental estar atentos y saber distinguir entre esos intereses y el significado real de determinadas palabras, para comprender mejor el mundo en que vivimos y sobre todo mejorarlo.