La Puerta de Andújar, eslabón de la amurallada Córdoba, se encontraba en la plaza de la Magdalena, recayente a la parte donde está hoy la fuente pequeña junto al bar que allí existe, y que era salida a las afueras de la ciudad y al camino o ronda de Andújar. Esta puerta estaba compuesta por un portillo o arco y dos torres gemelas, una de ellas llamada de los Donceles.

Pues bien, en este entorno se desarrolla la historia que paso a contar de la mano de don Teodomiro. La Octava del Corpus, que en la antigüedad tanto se celebraba en las distintas parroquias de Córdoba, tuvo en los años de 1800 un trágico suceso en la plaza de la Magdalena durante la procesión de tan señalada fiesta. La comitiva salió de la parroquia y la integraban personas de toda índole y clase: ya formándose el cortejo, un hortelano del barrio se colocó al lado del rector, y llegados a la altura de la Ermita de San José (una de las más antiguas de Córdoba, pues data de 1385), don Luis Fernández de Córdoba, de las altas familias de la ciudad, por un desaire lo toma y le dice al hortelano que se aparte porque aquel sitio a él le toca. El hortelano, con cierta sorna, le contesta que en la procesión de Dios todos tienen igual honra, y que no cede aquel puesto porque se le antoje a un caballero ponerse junto al Palio y la Custodia. Don Luis, ante esta respuesta, de tal manera se enfada que, sacando la espada, y lleno de cólera, al hortelano le da una estocada espantosa. La mujer del desgraciado sobre el matador se arroja, más era tarde, la muerte de una manera alevosa le llega al infeliz hortelano.

Ante el tumulto formado, la procesión en ese momento termina; la justicia pronto llega y formó el proceso, ordenando el Corregidor tomar preso al noble don Luis, que fue llevado a la llamada Torre de los Donceles, que formaba parte de la Puerta de Andújar allí en la Magda-lena. Esta torre estaba destinada al encierro del noble que cometiera algún delito, que a la cárcel general iba tan solo el plebeyo. Don Luis, tan noble como soberbio, no temía a la justicia, señora que en todos tiempos ha solido doblegarse a quien tuvo más dinero. Nuestra historia termina una tarde que en la parroquia tocaron a Sacramento y salió el Viático en procesión; el noble cordobés desde su encierro se subió al muro para verlo, saliendo de la calle Muñices vestida de negro la viuda del hortelano, que con respeto puso sus rodillas en el suelo. De repente, de la torre las piedras se desprendieron en las que estaba el joven noble apoyado y con el mayor estruendo, y ante la Puerta de Andújar, el infeliz quedó muerto. En ese momento la inconsolable viuda del hortelano gritó: «¡Milagro del Cielo, que a los jueces de la tierra enseña a ser justicieros!».