En la cola para entrar a un espectáculo el suelo estaba sembrado con algunas de esas porquerías que tiramos porque las papeleras, las pobres, todavía no tienen capacidad de ir andando detrás de nosotros. Delante de mí, una chica joven que, al tropezar con una caja de cartón, se agachó, la recogió, anduvo unos pasos y la tiró a la papelera. ¡Y no era suyo el desperdicio! Tan raro fue el acontecimiento, tan agradable me resultó, que se lo cuento por si ustedes quieren publicarlo.