A mi Tea (abuela), una de las personas que más he querido.

Siempre recordaré aquellas tardes en las que me esperabas a la salida de cole y me comprabas chuches, para mí era una alegría verte allí, con esa sonrisa que siempre tenías. Recuerdo la ilusión que me hacía quedarme en tu casa, hacer palomitas de maíz o jeringos y dormir las dos juntas en tu cama, contándome tus viejas pero interesantes historias de tu niñez, de lo mal que lo pasaste en tiempos de la guerra civil, cuando salías corriendo a refugiarte a la plaza de la Corredera de los bombardeos, de tu vida con tantos hermanos, de cómo conociste al Teo... Cierro mis ojos y puedo sentir aquellos veranos en la playa, aquellas ferias, aquellas lejanas navidades en las que disfrutábamos juntas adornando el árbol y escribiendo la carta a los Reyes Magos. Aún conservo las preciosas muñecas de trapo que me hiciste con unos trozos de tela, ovillos de lana e hilos de colores. Todavía puedo percibir aquel olor a jabón, del que sólo tú sabías su secreto, y de aquellos deliciosos roscos, pestiños y galletas rellenas caseras que hacías. Con los años, la desgracia vino a nuestra vida, por la muerte tan trágica de mi padre, tu hijo, seguido del avance de tu enfermedad, el alzheimer... Tiempo después, por problemas familiares, pocas fueron las veces que te pude ver... Soñaba con verte por la calle para abrazarte y acudía a buscarte con la esperanza de encontrarte a algunos sitios, como en aquellos talleres de memoria en los que te ayudé a pintar un bonito abanico. Algún día, ya sin obstáculos, nos encontraremos en el cielo y podremos recuperar todo el tiempo que nos han quitado. Hasta ese momento, recibe un beso muy fuerte de tus nietas, Rosell y Anabel, y de tus bisnietos, José Manuel, Estela y Simón. Nunca te olvidaremos y tu memoria siempre permanecerá con vida en nuestros corazones.