Se han agrupado los de Hellín, Agramón y Tobarra con las Rompidas de Andorra, Híjar y Calanda para celebrar con los judíos de Baena la Semana Santa. A mí, que soy de Baena, me traen maravillosos recuerdos los judíos con sus tambores y los enlutados con sus túnicas y capirotes negros, que truenan sus tambores roncos en la noche del Viernes Santo.

Dicen en la Unesco que son intangibles sus sonidos en el Jueves Santo cuando se enfrentan con brío colinegros y coliblancos. Pero yo digo que lo inmaterial es el tiempo que se dedica a preparar el tambor y sus cuerdas como si estuvieran la tierra labrando. Son activos tangibles, para que salgan esos sonidos, parches, pellejos, chillones y baquetas bajo una chaqueta roja y frente a un pantalón negro bien planchado.

Esos judíos en Baena han creado un universal, un símbolo a partir de su inmaterial impacto. Han armado una situación que por el mundo no puede ser ignorada, que no es estrategia ni emboscada, sino necesidad de dejar las riendas sueltas en cada Semana Santa.

No es cuadro común ver redoblar los tambores en mi pueblo ni turbas de judíos baqueteando el pellejo. Son dos mundos que se encuentran, se cruzan y se cambian. Es costumbre ejercida con naturalidad lo que hace inexplicable el misterio de sus redobles que se cuelan en el cerebro.

Siempre desde hace casi dos siglos existió el judío con su tambor en Baena y ahora se le reconoce mundialmente.

Tocaban el tambor cuando yo era niño no solo los ricos de la cola blanca sino los que tenían un huerto en el arroyo Marbella, una viña en los ruedos, o una tienda o era un pobre jornalero que necesitaba expiar sus pecados templando el pellejo.

Yo me siento orgulloso de que ese tambor sea patrimonio inmaterial de la humanidad aunque yo, de niño, solo tocara un tambor de caña.

* Hijo Predilecto de Baena