La hija de mi vecina va al trabajo en bicicleta, aunque es la tercera que ha comprado, pues las dos anteriores se las robaron. Al hijo del vecino del segundo le pasó otro tanto; a un miembro de mi grupo de investigación, lo mismo; idem a una amiga de mi mujer y a su hija, e igual a una monitora del gimnasio que frecuento y a una becaria del Imibic. Yo me consideraba afortunado por conservar todavía mi bicicleta, usándola a diario. Pero hace poco me robaron el sillín y tres días después la bicicleta entera a pesar de tener dos cadenas: la de siempre y la que me aconsejaron en la tienda de bicicletas para sujetar el sillín. Pregunto a un recepcionista de la Cruz Roja donde la perdí y me dice que las enfermeras han dejado de ir en bicicleta porque desaparecen. Decidí, entonces, denunciar el robo. El policía que me atiende me comenta como algo normal: «Pues donde roban bicicletas es en la estación de Renfe...».

A los pocos días pido una entrevista para hablar con el concejal de Movilidad del Ayuntamiento, que me recibe junto con el responsable de la Oficina de la Bicicleta, oficina creada, pero sin dotación económica, por cierto. Les cuento mi caso -que no es el mío solo- y les pregunto si tienen estadística de robos de bicicletas. Me dicen que no. Tal vez lo mío sea un caso aislado y no haya razón para alarmarse. Aunque cuando lo he comentado a los amigos y conocidos, siempre, sin excepción, me han dicho: «¡Uy, las bicicletas las roban a diario!». Así que, al parecer, «resignación, me ha tocado a mí», me digo. Pero no me resigno. Habrá que buscar una solución, le digo al concejal, que, por casualidad, había terminado de hablar con unos señores que proponían al Ayuntamiento adoptar un sistema GPS de localización de bicicletas. Magnífica idea o que hagan aparcamientos vigilados de bicicletas en puntos estratégicos de la ciudad y que la policía indague dónde compran las bicicletas robadas, de modo que se garantice a los ciudadanos desplazarse sin miedo a perderlas al menor descuido. Con todo lo que cuestan los carriles-bici que se están haciendo en Córdoba, habría que invertir algo en seguridad. En nombre de los que han perdido la bicicleta sin tomarse la molestia de denunciarlo, he empleado mi tiempo para denunciar, hablar con el concejal y escribir esta carta. Con el deseo de que sirva a todos los usuarios de bicicletas y hagamos, de este modo, una ciudad más saludable y respirable. Si no, el dinero empleado en carril-bici será tirado y, antes o después, cogeremos de nuevo el coche para desplazarnos por la ciudad. Qué pena. También yo.