En un mundo fragmentado como el actual, con grandes fisuras a nivel cultural y social, hay un desafío fundamental: ¿dónde cimentar y fundamentar nuestra propia identidad en este tiempo para no sentirnos perdidos y «barcos sin brújula perdidos en el mar»? Hoy, frente a una sociedad tan competitiva y tan brutalmente cambiante, muchos fundamentan su vida en el dinero y el consumo. El dinero les da seguridad y les hace poderosos en esta sociedad, tan brutalmente cimentada en el capital.

Otros fundamentan su vida en la ciencia como la única vía del conocimiento capaz de dar respuesta eficaz a la persona y una construcción sapiencial al margen de la superstición y del retroceso, aunque deje al margen grandes dimensiones humanas.

Sinceramente estoy convencido que hay una sola piedra angular capaz de armonizar todos los elementos y dar una cohesión equilibrada, sin riesgo a perder nada de sí mismo y alcanzar pautas sublimes de perfección y en favor de la solidaridad y de la humanidad misma. Esa dimensión no puede ser otra que la dimensión religiosa.

La dimensión religiosa «religa» al ser humano con Dios, el único dador de sentido global último a la vida y da respuesta convincente a la propia existencia, al curso de la historia y al conjunto de la realidad

La dimensión religiosa jamás rechaza de cuanto humano hay en la realidad y en el hombre mismo, armoniza la fe y la razón con una alianza no exenta de conflictos pero que las convierte en dos alas en favor de la libertad y de la verdad, da razones para vivir en medio de una cultura cada vez más cambiante y más fugaz, remite nuestra existencia más allá de ella misma dando soporte al ansia de felicidad y de eternidad que tenemos todos los humanos...

En definitiva, la única dimensión capaz de serenar el corazón y mantener vivos nuestros sueños, confiando en la humanidad y en el futuro más solidario para los demás.