En España hay un 41,8% de personas con más de 65 años que viven solas, y de ellas el 71,9% son mujeres. La esperanza de vida aumenta, al tiempo que acarrea consecuencias más peligrosas para aquellos que la longevidad les sonríe. La soledad. «Envejece bien quien ha vivido bien», dijo Pitágoras. Y vives bien si piensas en los demás. Antiguamente los hijos se hacían cargo de sus padres y abuelos hasta su fallecimiento. Parecía ley de vida, como reconocimiento de las atenciones que estos habían tenido para con ellos además del tiempo que les dedicaron en su educación, desarrollo y búsqueda de un lugar en la sociedad. Ese sentimiento va menguando, pues las familias por causa del trabajo de ambos cónyuges han adquirido otros valores, compromisos y prioridades o han tenido que emigrar para subsistir. Al separarse unos de otros se llega al abandono. Las residencias de la tercera edad, destino final de numerosos mayores no son solución: muchos prefieren pasar la vejez en su casa aunque estén siempre solos. Una persona mayor que vive recluida en su hogar no cuenta con nadie que le acompañe en los buenos momentos, pero tampoco quien le ayude a seguir en los malos. Alguien dijo: «Cuando me extrañes, recuerda que en algún momento estuve ahí y no me valoraste. La soledad es la peor compañera». Cada día es más necesario que funcione el Estado del Bienestar a pleno rendimiento para mitigar un envejecimiento prematuro que te conduzca a la dependencia, incomunicación o desamparo.