La aspiración para conseguir la paz entre los pueblos ha sido uno de los ideales y utopías del ser humano. Sin embargo, esta misma aspiración contrasta con la realidad mundial. El Papa Francisco para la 52º Jornada Mundial de la Paz nos regaló un precioso mensaje titulado «La buena política al servicio de la paz». Recordaba el Papa que celebrábamos los 100 años del fin de la Primera Guerra Mundial... Y que «la paz jamás puede reducirse al simple equilibrio de la fuerza y el miedo... Y que la paz se basa en el respeto de cada persona, independiente de su historia, en el respeto del derecho y del bien común, de la creación que nos ha sido confiada y de la riqueza moral transmitida por las generaciones pasadas».

Señalaba el Papa Francisco que «la paz, en efecto, es fruto de un gran proyecto político que se funda en la responsabilidad recíproca y la interdependencia de los seres humanos, pero es también u desafío que exige ser acogido día tras día. La paz es una conversión del corazón y del alma, y es fácil reconocer tres dimensiones inseparables de esta paz interior y comunitaria:

- La paz con nosotros mismos, rechazando la intransigencia, la ira, la impaciencia y, como aconsejaba san Francisco de sales -teniendo «un poco de dulzura consigo mismo», para ofrecer «un poco de dulzura a los demás».

- La paz con el otro: el familia, el amigo, el extranjero, el pobre, el que sufre...

- La paz con la creación, redescubriendo la grandeza del don de Dios y la parte de responsabilidad que corresponde a cada uno de nosotros, como habitantes del mundo, ciudadanos y artífices del futuro».

Exijamos que la auténtica paz vaya unida necesariamente a la solidaridad y a la preocupación por el bien de los demás, en especial de las grandes masas de pobres que se hallan dispersos por el planeta.