La vida es libertad y todos tenemos que ser libres. No se puede permitir el daño que hacen los malvados, esos que destruyen vidas a costa de mantenerse ellos con vida. Esos engreídos y opresores tiranos que van a su avío, esos malhechores dominados por el vicio del poder que lo destruye todo, esos esclavizadores y explotadores de los recursos de territorios extranjeros, incluida la esclavitud de sus gentes, esos sátrapas, y esos dictadores. No es justo, como lo estamos viendo que, en todo el planeta Tierra, estemos contemplando a diario que siempre pagan justos por pecadores.

Nadie tiene derecho a quitar la vida a quien defiende la fe en su creencia religiosa, obligándolo a renunciar de ella. Por eso, la irracionalidad del irracional que maltrata, desprecia, humilla, esclaviza, destruye las idiosincrasias, y aniquila quitando la vida, no se puede permitir cuando se vive en libertad. Esa esencia tan maravillosa que dignifica al ser humano, viva donde viva, piense como piense, tenga lo que tenga y crea en lo que crea. Ya lo dijo Benjamin Franklin: Donde mora la libertad allí está mi tierra.

La fe ha de ser la semilla buena que evite que las malas hierbas campen a sus anchas. La historia de la humanidad ha dejado tantos sufrimientos que, ya, en pleno siglo XXI, tendríamos que ser mucho más buenos, que nuestra condición sea la de los auténticos prototipos de la buena dignidad humana, con su tolerancia, respeto, misericordia, ayuda a la integridad, y compasión con el débil. Esa buena dignidad fruto de la fe que promueve la libertad, y, además, garantiza la libertad; ese patrimonio inmemorial del ser humano. ¿Dónde está el sentido común, la responsabilidad, el hacer bien las cosas bien hechas? Fastidiar la libertad, aniquilando la honradez y la bondad, no tiene perdón de Dios. Visto lo visto, por desgracia, mucha gente ya no piensa en ser buena, sino en ir a su avío.