A diferencia de países como Estados Unidos, donde el tema sigue preocupando a la opinión pública hasta influir incluso en las decisiones electorales, el espinoso asunto del aborto no significa entre nosotros una cuestión que determine el voto. Y si acaso alguna vez adquiere relevancia es porque los políticos lo utilizan como señuelo y espantajo que agitan entre ellos, pero sin la intención de afrontar con rigor el hecho de que en España se dé muerte a alrededor de cien mil seres humanos cada año. Un efecto de esta mayoritaria indiferencia, ha sido el debilitamiento en la actitud de importantes sectores que venían posicionándose con firmeza en defensa de esas vidas. Progresivamente disminuidos ante las furibundas reacciones mediáticas y populistas que se levantan cuando se plantea el tema, muchos provida han ido diluyendo y rebajando sus discursos hasta reducirlos a una genérica defensa de la vida, que a nada compromete. Ningún mensaje cabe ya que contenga alguna evocación o imagen que nos incomode o muestre la realidad del aborto. Que no va de una intervención quirúrgica más; sino de si es justo matar a los hijos sin dejarles nacer. Y del auténtico precio que por ello pagan las mujeres.