Mi hijo Rodrigo es un campeón. Lucha contra un enemigo injusto y despiadado. Un héroe a sus cinco años. Le acompaño en su dura y dolorosa batalla, llena de extrañas palabras y raros ruidos que produce la bomba de infusión. Él, me cuida y me anima cuando me ve serio. Sonríe, y a pesar de su limitado movimiento por las agujas del portacah, me pregunta: «Papá, a qué jugamos?». Siempre me muestra su mejor cara, a pesar de su enfado y cansancio. Nunca se queja, sé cómo está por cómo me mira. Me hace sentir insignificante con su actitud, aceptando y enfrentándose a la cruel realidad. En el silencio de la noche nos contamos nuestros sueños y los suyos son nobles y verdaderos. Un sueño que siempre me repite es «volver a casa». Rodrigo es especial. Aunque le sonría, puede captar mi abatimiento, mi desaliento y me pregunta: «Papá, me he portado mal?». Me siento orgulloso por ser su padre, porque no hay mayor felicidad que tener un hijo tan luchador, comprensivo y sensible y que con su forma de ser, me enseña lo verdaderamente importante en esta vida. Una mañana, al despedirme me dijo: «Papá, quieres que tengamos un secreto?». Le respondí, «claro Rodrigo...». Y me dijo: «Te quiero mucho. Ese es nuestro secreto». H