Soy de los que, como reflejan las encuestas, empezamos a pensar el votar a un Sánchez que echó a un PP corrupto e inoperante. Pero en los últimos días ha realizado hechos que desmienten sus promesas y agravan mucho nuestro peor problema, el separatismo ilegal, no solo en su campo político, sino desacreditando al único poder que lo enfrentó con eficacia, el judicial.

En efecto: apenas cabe imaginar en un gol más negativo en la propia puerta de España que el aceptar Sánchez la torcida decisión alemana de extraditar a Puigdemont solo por malversación, y no por rebelión, como exige también la Justicia. Ni un mayor menosprecio al conjunto de la Justicia y al Estado de derecho que el aceptar hacerse a la foto con quien nunca debiera haber podido llegar a su presencia luciendo un lazo amarillo contra ella, como Torra.

Con razón este indigno presidente autonómico, racista y contrario a la voluntad de la mayoría de los catalanes, ha encabezado después una multitudinaria manifestación en Barcelona para celebrar su victoria contra un Gobierno de España tan vergonzosamente débil. Poco tiempo y espacio le queda, pues, a Sánchez para convencernos de que, lejos de remediar, no esté agravando mucho nuestro peor problema político actual.