Y volver... Volver al lugar que la vio nacer, que la vio crecer. Y reír y volver a hacerlo. Y esta vez con otra sonrisa dibujada en la cara. Con otra melodía de vida. Y enamorarse, desenamorarse y volverse a enamorar. Soñar, visualizar y después, construir la propia realidad. Aquella que fluye y se hace al actuar y caminar. Caminar, fluir y dejar huellas en el camino. Y no mirar nunca atrás y tan solo hacerlo para coger más impulso. Perderse en la felicidad de estar vivo, en familia y con amigos. Perderse y volverse a encontrar. Así es la vida. Y disfrutar de la propia respiración, del inhalar y del exhalar... ¡Y es que aquella persona anhelaba tanto el reencuentro con su tierra, la tierra de sus raíces! Anhelaba tanto el reencuentro con su familia, con sus gentes, con sus calles y recovecos... Deseaba, así, reencontrarse con el recuerdo que emanaba de su memoria. De aquellos recuerdos de infancia, adolescencia y juventud... Aquellos hechos o recuerdos que marcaron su hoy, mas no lo definieron de forma completa. Pues, esa persona vivía en el ahora. En el hoy presente y consciente. En el hoy que estaba creando. En el hoy que siempre había deseado tener. Y volver... Convertirse en cenizas y volver a renacer. De todo lo menos bueno, se consigue sacar una buena lección. Añorar la tierra de sus raíces y disfrutar de la de ahora. La tierra que la vio crecer y la tierra que la estaba viendo madurar. Y volver... Pues después de la tormenta, llegó el vivo color a su vida. No todo es sufrimiento y de todo se suele salir. Desenamorarse y volverse a enamorar. De ningún desamor se muere uno. Acabar y volver a empezar. La vida se construye poco a poco. Y volver... Volver a pisar aquella tierra, que ni la distancia la hacía olvidar. Pues estaba lejos de todo aquello que quería, sí. Pero cada reencuentro la hacía vibrar de pura felicidad.

Isabel León

Espejo (Córdoba)