¿Tiene la Europa que conocemos algo de viejo continente además de su edad? La sabiduría y el corazón que se presuponen a nuestros mayores deberían estar especialmente presentes en la cuna de la civilización ¿Estamos dando pruebas de ello? Y lo que es más importante: ¿somos capaces de mantener la esencia de Europa a pesar de verse amenazada?

El Humanismo del siglo XVI que ponía al hombre en el centro de la vida, y la posterior Ilustración, que buscó la forma de un Estado justo con la sociedad, fueron transformando Europa en un ejemplo de la gobernanza sensible además de eficaz. Aquí el Estado no solo es el único ejecutor legítimo de la fuerza, como decía Weber, sino que está profundamente preocupado por su ciudadanía. Por algo los europeos podemos presumir del Estado del Bienestar frente al resto del mundo.

Hoy, sin embargo, no basta con que la empatía del continente se centre en sus habitantes. Hoy Europa debe contestar a un serio problema que proviene de más allá de sus fronteras, pero cuyos efectos nos afectan a todos: la descontrolada inmigración ilegal, movimientos fomentados por mafias que se nutren de la desgracia y la guerra.

Estas circunstancias han hecho resurgir en Europa odios enterrados de los que ciertos radicales quieren sacar provecho, en un ejercicio de miopía política, olvidando las lecciones de la Historia: que la división y el desarrollo de exacerbados nacionalismos no nos han traído sino miseria.

Que el mal nunca queda extinto es algo que conocemos. Pero los movimientos antieuropeos azotan hoy con fuerza el continente y yo, como joven ciudadano de la que considero la Unión más ejemplar, la Europea, intento comprender por qué no reaccionamos ante su avance. El problema migratorio demanda que el Viejo Continente actúe fuera de sus fronteras para salvarse de puertas adentro.

Sabemos perfectamente que es la pobreza la causa de estos movimientos. Si creemos que podemos mantener África al otro lado de la brecha, y a la vez exigirles que no aspiren a emigrar a toda costa, nos equivocamos. Debemos comprometernos con firmeza y unidad en el desarrollo de nuestro continente vecino, pues solo la Europa de los valores es capaz de afrontar con la solidaridad necesaria este reto, que pone también en juego su supervivencia. Solo así podremos reafirmarnos en nuestra forma de actuar frente a quienes promueven el odio en la tierra donde nació un Humanismo de concordia.

«¿Qué ha sido del jinete y su caballo? ¿Qué del cuerno y su reclamo? --decía Théoden, rey de Rohan-- ¿Cómo hemos llegado a esto?». Y yo me pregunto: ¿qué ha sido de Europa y sus ideas? ¿Qué del Humanismo y sus defensores? En nuestras manos está el destino del Viejo Continente, en esta encrucijada que requerirá de nuestro compromiso y unión frente a los radicales de nuestro tiempo, para demostrar nuevamente al mundo cómo Europa actúa con la fuerza de la moral.