Atardece. La ciudad está tomada por la fantasía popular y la mitología reinante. Detrás de los santos las brasas se balancean hechizando el aire. Los campanarios de los templos anuncian el triunfo de la noche. Los dogmas brillan a la luz fantasmal de los hachones, que enceran la calzada por donde resbala la razón. La música marcial marca el paso y enturbia el pensamiento. Los ojos brillan esperando el milagro que remedie la enfermedad, el paro, la precariedad y la miseria. La clerecía mira esperanzada la inmatriculación de grandes riquezas.

A la media noche los campanarios de los templos voltean esperanzas fabulosas y remedios milagreros. Resignación. De madrugada, las bandas aporrean el aire con sones secos y pitos estridentes, malsonantes. ¿Dormir? ¿Quien osa dormir mientras en la ciudad se anuncia el triunfo del Reino de la Noche? Silencio. Y ahora la quietud insomne, expectante por oír el canto de los gallos que anuncien la aurora.