Los días que estamos pasando, plenos de luz y con temperaturas que dicen que van a acercarse a los treinta grados el fin de semana, resultarían desconcertantes y una alegría para el espíritu de no conocer su relación con el cambio climático. Es posible que hace treinta años hubiera un febrero suave, o hace sesenta, y me gustaría pensar que lo de este año es una incidencia más, algo esporádico sin mayor importancia. Pero la falta de lluvia, el creciente calor, y las continuas alertas científicas crean en mí un estado de inquietud que se acentuó hace unos días cuando vi volando a varias avispas y me llegó una racha tenue de olor a azahar paseando por el centro de Córdoba. ¡Pero si no han terminado de recoger las naranjas!

Pensé: ¡Por favor, que no se adelante la primavera, que haga frío, que llueva, que hasta mitad de marzo no nos quitemos el abrigo! Ya llegan los puestos de caracoles, y la ciudad entera está viviendo feliz al aire libre. Es un placer pasear estos días pero... ¿Cuándo empezará el verano? ¿Se adelantará y solo tendremos un amago de primavera? Y ¿Cuánto durará? Ojalá estos malos augurios no se cumplan.