El núcleo de nuestro ser, el alma, o como quiera llamársele, creo consiste en la libertad. Así nos juzgan los demás y así se opina que será nuestro destino. Desde que me atreví a pensar por mi cuenta he procurado, pues, defender la mía en lo posible. Eso sí, reconociendo sus límites, porque «entre el fuerte y el débil, la ley es la que libera y la libertad la que oprime». De ahí que no sea contradictorio, sino lógico mi respeto a los encargados de mantener un orden justo, como policías y militares. Mal, pues, creo que va una democracia cuando constato con datos oficiales un alarmante descenso del número de policías, en particular en regiones más conflictivas. No menos grave es que los militares, después de 40 años de democracia, todavía carezcan de derechos perdidos durante la dictadura, lo que repercute en la mala calidad del armamento y hasta del rancho de la tropa. ¿Cómo unas autoridades, que presumen de patriotas, han podido permitir caer hasta tan vergonzoso como peligroso nivel a esos cuerpos encargados de mantener la ley y el orden, es decir, nuestra libertad?