Qué difícil es despedir a una persona querida, a un familiar, a un amigo y, por encima de todo, a un hombre bueno. Bondad rebosaba nuestro abuelo Ángel de la cabeza a los pies. Siempre de buen humor, contando esos chistes antiguos que te hacían reír, más que por el contenido, por su forma de sonreír y sus carcajadas llenas de alegría. Nos decía: «Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes». ¡Cuánta razón tenías! Hace una semana, jugábamos contigo al dominó y ya no estás con nosotros. Lo echaremos mucho de menos, pero no queremos que nos vea tristes. Queremos que nos vea contentos y alegres, como él lo fue durante toda su vida.

Nadie nos ha preparado para esta pérdida. En un instante, pasas de la incredulidad a la rabia y el dolor es tan inevitable como necesario. Nos pasan fugazmente por la cabeza tantos momentos vividos, tantos recuerdos... Y al final solo nos queda un sentimiento: gratitud. Como alguien dijo una vez: «En el cielo, un Ángel no es nadie en particular». Hemos tenido la suerte de disfrutar de nuestro «Ángel» aquí, en la Tierra. Que Dios te bendiga y descansa en paz, abuelo.