Jamás debería fracasar una investidura por unas negociaciones desatinadas. Para tener éxito, es conveniente aplicar el sentido común y reflexionar si en verdad se desea pactar, si se posee quietud de ánimo y reconocer si no se anda escaso de tiempo que añada tensión a las tiranteces propias de todo acuerdo. Se deben formar equipos negociadores empáticos para entender y suavizar los tiras y aflojas que surgirán. A partir de ahí, se discute el contenido programático que pueda unir a las partes para tratar de alcanzar un buen pacto. Una vez logrado, se debate la estructura de Gobierno necesaria para llevar a cabo lo acordado, y más tarde se analiza quiénes asumirán las responsabilidades. Y todo ello con delicada discreción, sin cruce de comunicados ni en prensa ni en redes y sin ofertas de última hora. En lo que duren las conversaciones se evitarán reproches, vetos y amenazas, pues suelen tener difícil vuelta atrás. Todo lo que no sea así, abocará al desastre el convenio más simple.