Es sabido que Franco, emulando el poder absoluto mostrado por los reyes de países europeos durante siglos, hizo grabar su esfinge en nuestra moneda en curso, la peseta, con la inscripción: «Francisco Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios». Su mandato venía del cielo. Por ello, en una España en que el poder de la Iglesia, fundamentalmente sobre las conciencias, se ha vivido también durante siglos como un poder absoluto, necesitaba su aprobación y respaldo, que obtuvo generosamente, permitiéndosele incluso entrar «bajo palio» en las iglesias. Afortunadamente eso terminó en nuestro país con la aceptación de unas leyes democráticas contempladas en la Constitución. Pero todo eso, como dice nuestro sabio refrán, «del dicho el hecho va mucho trecho», porque la separación de poderes es muy difícil en un país donde las creencias religiosas del catolicismo están muy arraigadas y no cabe la menor duda, que esa pueda ser la causa de la división entre los hermanos, entre españoles. De hecho al triunfo sobre los rojos se le llamaba «la cruzada». Es como si Dios estuviera solo de parte de los que vencieron. Pero no nos engañemos, el horrible marasmo que estamos viviendo, no se va a resolver con ningún tipo de imposición, ni metiendo tropas en Cataluña, como quieren los ultraderechistas, ni reventando la calle como proponen los ultraizquierdistas. El triunfo de cualquiera de esas opciones nos llevaría otra vez a un régimen totalitario igual sea de derechas o de izquierdas. Para la «resolución» completa de este difícil conflicto, aunque lleve mucho tiempo, se requiere ilusión, paciencia, y gran generosidad por ambas partes. Solo se conseguiría con la «reconciliación» entre hermanos. Tratar de escuchar, de valorar o comprender, las «razones» del otro bando. Todo esto valdría para el enfrentamiento ideológico existente entre la derecha y la izquierda. Cataluña es distinto. Allí se ha declarado una purulenta infección que requiere bisturí, una mano que aplique con firmeza el artículo 155 de nuestra Constitución, porque el enfermizo, cruel, estúpido e inhumano fanatismo de los independentistas está haciendo peligrar la convivencia.