Mi viaje a Ruanda llega como llegan esos sueños /anhelos que habitan en mí, que deseo con toda intensidad y los cuales esperan el momento oportuno para ser vividos. Agradezco al Universo, a Ágata y a mi amiga Esther su alineación. ¡Sin ellas, no hubiera sido posible! Agradezco a Carmen Gil, presidenta de la Asociación Museke (Facebook: Asociación Museke y www.asociacionmuseke.org) la confianza depositada en mí --siendo aún desconocida para ella--, su motivación y creencia en la posibilidad de que «Sí es posible» avanzar, mejorar, crecer, ayudar a África, su don para dinamizar al grupo y su optimismo y buen talante. Gracias también a Mado, a Dorosela, a Placide, Bienvenú, Josefine, etc... (los trabajadores y trabajadoras de Museke) por el amor incondicional y su inmejorable y cariñoso trato a los menores.

¡A Ruanda iba a enamorarme y volví enamorada a España! Me enamoré del país, de los caminos serpenteando las colinas, de sus murugos (casas hechas de ladrillos de barro secados al sol), de mis niños y niñas de Nemba, de sonrisas y miradas concretas, de gestos y detalles sin condiciones, de su dialecto y de sus palabras (amakuro, maramuse, amazi, agapiriso, agachupa, agatenesi...), de la importancia de saludar en todo momento, del valor del contacto, de los abrazos, de las frases en castellano repetidas por los más pequeños y pequeñas, de su miedo a los muzungus (hombre blanco). Tuve desasosiego ante la alta densidad de población, ante la inexistencia de más terreno para sembrar cuando no se usan medios anticonceptivos y la población continúa creciendo, ante la imposibilidad de hacer barbecho por la urgencia de alimentar a los que ya son/están, ante la siembra de eucalipto como árbol de crecimiento rápido cuya finalidad es tener materia prima para poder cocinar, a pesar de que inutiliza el terreno bajo sus copas y colindante, ante la necesidad de tener animales por el principal motivo de generar estiércol para el huerto, etc.

No eché de menos nada de España, la comida aquí me estuvo exquisita, no eché de menos a mi familia (podía informarles de que todo iba bien), me acordaba de mi perra pero sin añoranza. Me libré 24 días de los tormentos que ciegan mi cabeza cuando vuelvo a «mi realidad». Vi, me conmoví y valoré la labor que hace la Asociación Museke (Sonrisa, en Kinyarwanda) y la firme creencia de que se cumplen los sueños a pesar de un futuro agorero. ¡Lo vi, lo creí y os cuento!

Es posible priorizar necesidades básicas e ir cubriéndolas poco a poco (inanición, mantas y ropa para combatir el frío, enfermedades, casas sin techo o con goteras, con letrinas en malas condiciones, atención sanitaria...). Es posible dar de comer a 220 niños y niñas de lunes a viernes e incrementar en un desayuno a cada uno de ellos. Es posible atender a menores con riesgos especiales (albinismo, portadores/as del VIH). Es posible que chicas jóvenes se formen en el Taller de Costura, con vistas a un futuro laboral como modistas. Es posible que chicos jóvenes motivados lleguen a ser carpinteros. Es posible que vayan a la Universidad.

Y el pensamiento es sencillo: todo esto y muchas cosas más, son posibles cuando hay gente detrás que cree que «es posible». Y aquí están los y las socias que, mensualmente, contribuyen económicamente con la Asociación Museke, las madrinas y los padrinos de los niños y niñas, voluntarioss con su labor y sus aportaciones económicas, educativas, formativas, de atención directa a menores, los que contribuyen cuándo y cómo pueden (difundiendo, vendiendo telas, asistiendo a los eventos, aportando ropa, mantas). Gracias muy encarecidamente a Jackson, Dukundimana, Cristina, Ernest, Kerematina, Gatete, Alfonsina, Omega, Jackeline, Dukundane, Bienvenú, Olivier, Serge, Ballentine y un sinfín de niños más, de la asociación o no, por la felicidad en sus caras, el cuidado comunitario y por hacerme consciente de que creyendo que era yo quien daba, era yo quien recibía.