Este domingo 14 de octubre, la Iglesia proclama santo a Monseñor Romero, y así, su vida como un modelo a imitar. Es justo reconocerlo. Es necesario reconocerlo. Sobre todo por los más pobres, por los que dio su vida. Sobre todo por los que tienen hambre y sed de justicia, porque es un ejemplo a seguir.

Se han cumplido 38 años de su asesinato en El Salvador. Para entender por qué es santo, y un modelo de vida para muchos cristianos y no cristianos, hay que entender el contexto histórico donde vivió, en un país gobernado por una minoría rica, que abusaba de los obreros y los campesinos, con salarios injustos y una situación social insostenible. Apoyados por el ejército, se encargaban de reprimir duramente, hasta con la muerte, a los que se rebelaban contra la injusticia que reinaba en el país. El ambiente estaba muy tenso y los pobres eran los que más sufrían.

En un contexto donde lo fácil sería no meterse en problemas y mirar para otro lado, Monseñor Romero interpretó lo que pasaba en su país a la luz del Evangelio, y no pudiéndose quedar callado, se convirtió en la voz de los «sin voz», ya que a los pobres nadie los escuchaba. Pero a él sí lo escuchaban, ya era la cabeza principal de la Iglesia de su país. Sus homilías se convirtieron, reflejando la realidad a la luz del Evangelio, en una denuncia profética de los acontecimientos del país, y ofrecía rayos de esperanza para cambiar esa estructura de terror, haciendo un llamamiento a la conversión y al diálogo. Sus palabras eran para muchos motivo de consuelo y esperanza.

Denunció las injusticias sociales, rechazando la violencia, y pidiendo a los opresores que actuasen conforme al mandato de Dios de amarnos como hermanos. No sentaban bien sus palabras a aquellos que eran los opresores, gobierno y ejército, y que él estaba denunciando públicamente. A pesar de la claridad de su actuación y mediación, Romero, como Jesús, fue calumniado, y le acusaron de revolucionario y de incitar a la violencia. Pero nunca tuvo una palabra de rencor o de violencia. Tras las calumnias vinieron las amenazas, y lo avisaron de que si seguía con la denuncia lo iban a matar. Pero en lugar de amedrentarse, siguió denunciando las injusticias vividas en su país, siendo escuchadas no solo en El Salvador, sino también a nivel internacional, convirtiéndose en un modelo de lucha contra la injusticia social. Cabe recordar que fue candidato para el premio Nobel de la Paz el mismo año que se lo concedieron a Madre Teresa de Calcuta. Al final fue asesinado mientras celebraba misa, de un disparo en el corazón.

Hoy nos alegramos de que la Iglesia lo declare santo, y así, que sea reconocido como un modelo a imitar, como un modelo de coherencia con el Evangelio hasta las últimas consecuencias, como modelo de persona que dedica su vida a los demás, sobre todo a los más indefensos. Se necesitan ejemplos como él, y el Papa Francisco lo sabe. Ejemplo de una Iglesia pobre y para los pobres.