Se ha consumado el contubernio para desbancar al Presidente del Gobierno y, a la postre, arruinar su carrera política. El golpe más duro y fraudulento sufrido por la democracia española en toda su historia. Porque, si como han insistido, el presidente del Gobierno merecía la destitución dada su corresponsabilidad en la corrupción del PP, era el pueblo español en unas elecciones generales quien tenía que decidirlo; pero no, como ha sido, una tendenciosa comparsa de los anti-sistema, independentistas, secuaces de ETA y los más radicales de izquierda. Si el pueblo lo puso, solo este podía legítimamente quitarlo. Pero temiendo que, a pesar de todo, Rajoy pudiera ganar por cuarta vez en las urnas, se ha suplantado la voz decisoria del pueblo por una moción de censura maliciosamente empleada. Y lo que es el colmo: fundamentada en la «corrupción del Partido Popular». Como si tantísimos de los censurantes pudieran siquiera arrojar unas piedrecillas... Urdir corrupción y moción de censura solo ha sido una calculada estratagema de intención obsesiva: echar a Rajoy. Y lo han echado, no ya «por lo de la corrupción», argumento oportunista y retorcido, sino por ambición, envidia e inquina innegables en unos; y en otros, además, por su ahínco personal en derribar a Rajoy como bastión inconmovible frente al independentismo... Pues una vez «censurado y movido» el presidente, ya tienen sus adversario cuanto buscaban: poder, altísimos sueldos, pensión vitalicia, status y vía libre a su actuación política... A los ciudadanos solo nos toca esperar, aunque bien recelosos y preocupados. ¿Es que, en principio, se puede andar confiado, sabiendo quiénes se han hecho con la Moncloa, metiéndose por una rendija... Legal?