El evangelista Lucas nos relata la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. Dos figuras alegóricas que siempre y por desgracia han existido en la historia de la humanidad, desde la edad de piedra hasta esta nueva edad de la alta tecnología. Tal vez, Lucas, escribió su Evangelio coincidiendo con lo acaecido en Pompeya, ya que, recientemente, en unas excavaciones, en las ruinas de la ciudad, se han descubierto unas lápidas con inscripciones que revelan que «la élite disfrutaba de estilos de vida lujosos, y los pobres morían de hambre».

Ya estamos metidos en el siglo XXI, y los lujos y el despilfarro, en esas mesas de manjares, lo estamos viendo cada vez con mayor frecuencia: en los bautizos, comuniones, confirmaciones, cumpleaños, en las bodas tradicionales, en las bodas de plata y de oro, en las onomásticas, en las tomas de posiciones laborales, en las jubilaciones, en las comidas de empresa y en los días marcados por el fenómeno consumista que han creado las grandes tiendas. También, en este mundo dicótomo entre la riqueza y la pobreza, se ven abusos desmesurados: buenas casas, buenos coches, buenos y opulentos manjares, y móviles, tabletas y ordenadores hasta en la sopa, por ese avance en la tecnología digital, ya con el 5G que, por cierto, es buena para unas cosas y mala para otras, siendo una de ellas la proliferación de mentes hackeras que, en lugar de aplicar sus conocimientos y sabiduría por el bien de la humanidad, se dedican a hacer daño a los demás.

Y, el colmo de la mesa de los manjares, por culpa de las maldades de los poderes políticos, económicos, sociales, culturales y religiosos de los países desarrollados, lo estamos viendo en muchos países subdesarrollados, que sucumben en la miseria de la pobreza, el hambre y la muerte. Ahí tenemos lo que ocurre en Yemen, país con tres años de guerra, donde la hambruna está haciendo auténticos estragos, por ese dejar pasar, que es peor que no hacer nada.