Exilio es el título de un poema de Pablo García Baena con el que se inicia el libro Claroscuro. Está dedicado a Madinat al-Zahra de Córdoba.

Amante de la naturaleza, Pablo acude al agua que baja de la sierra para enlazar presente y pasado de Medina Azahara y desde ese presente soñarla. A pesar de estar alejada y solitaria la ciudad tiene vida porque «Vida es también la soledad» como la del propio poeta y vida es «el agua bajo los arcos, limpia». Porque, si ese agua no fuese limpia, no se debiera beber y dejaría de ser vida.

Desde diferentes atalayas el poeta califica y concibe ese agua. Fue y es «el rumor, el impreciso suspirar del arroyuelo entre las hierbas», como si ese arroyuelo ansiara llegar a un lugar más visible y deseado. Ese agua, que fue, sigue siéndolo ahora, como «el regato (que) pasa en la corriente de los días iguales» en la rutina de esos días que no difieren unos de otros, monótonos y plácidos.

Ve a ese agua, que baja de la sierra, como placer que sacia a «sed inextinguible», como concubina que rebota sobre la roca dura. Nos lo dice así: «Agua cae en sed inextinguible, risa de daifa, rebotando dura, líquida, sobre el pórfido». Es agua cantarina, alegre, perseverante que rebota en piedra roja y dura. En el aquel pasado, Madinat al- Zahra estaba repleta de «juventud erguida y vana» que «brotó como las fuentes». No se puede calificar más acertadamente aquella fuerza y vanidad. Pero ese agua, que baja por el regato, es agua hoy que ya es mansa y que «aleja aquel ensueño de aguas desnudas elevándose» que se asemejaban a aquellos surtidores, cuerpos que se cimbrean al elevarse.

Siempre el agua en Medina Azahara. Agua rumorosa como la de Juan de la Cruz, agua mansa que observa a los «días iguales», agua cimbreante que se eleva a modo de surtidor, agua alegre, que se ríe al rebotar sobre la roca dura con la alegría de joven concubina en el harem. Agua, compañera de la juventud, que se yergue vanamente. Agua que aplaca la sed inextinguible del deseo, del boato y del afán de poder.

Al fin, agua solitaria y en soledad, que es la que da vida «bajo los arcos» porque es limpia.