No me pasan inadvertidos los cien primeros años de la Legión, un cuerpo del ejército español cubierto de gloria, el cual ha estado siempre compuesto por personas del más variado origen, algunas de ellas muy castigadas por la vida, cuyo alistamiento supone redimirse de un pasado que, en ocasiones, les oprime. La Legión permite dar sentido a la vida a través de un credo, de una bandera, de una patria y de un Cristo sufriente. La muerte es una compañera que siempre gana la partida, pero se debe sucumbir a ella con valor, coraje y dignidad, de ahí la exclamación «Viva la muerte», cuyo significado ha sido malinterpretado por algunos. La Legión es, en ocasiones, el mejor emplazamiento para aquellos que se consideran desplazados, perdedores y marginados. Un lugar donde sentirse orgulloso del glorioso pasado de España y convertirse en heredero de aquellos Tercios que conquistaron un imperio para nuestro país. Mi apellido, Raboso, está vinculado con dicho instituto militar, pues mi padre, Manuel Raboso Mir, tuvo un destacado historial legionario, fundando la undécima Bandera de la Legión, ya extinta, en nuestra última guerra civil, por eso mis felicitaciones por el centenario son tan sentidas.