Siempre me han interesado las relaciones de amor/odio, pero nunca había tenido la ocasión de observarlas tan de cerca como en los debates de la “investidura” de Pedro Sánchez. ¿Por qué se molestan algunos políticos, si ya se sabe su postura, en justificarla a base de airear fallos colaterales de sus rivales?... Parece que fuesen muestra de agravio comparativo aunque tienen cierto tufillo a desengaño amoroso. Lo del PSOE, puede ser un caballo con orejeras y el Señor Sánchez un caza fantasmas a la búsqueda de abstenciones donde no puede encontrar síes. Casado, el convidado de piedra, Rivera busca continuidad y requiere tiempo, los nacionalistas y territorialistas que piden por Dios y no dan ni para la virgen. En fin, menos mal que está por ahí el Señor Abascal para protegernos del mal. Ahora bien el verdadero protagonismo, aunque sea de la puesta en escena, se lo ha llevado Pablo Iglesias, porque su sentido político me recuerda ese programa (de TV) que lleva por título Tu casa a juicio y la coletilla: “¿Vas a amarla o a venderla?”... O lo que es lo mismo, Sánchez, o me quieres o me odias. Algunas expectativas de enamorados de los pactos se habrán visto abortadas por el discurso descorazonado del profesor de ciencias políticas. Él dice que ha hecho todo lo posible para llegar a un acuerdo con Sánchez, y que se merece al menos un poquito de respeto.

Pues señor mío, la falta de respeto la tienen ustedes para con todos los españoles, mandándonos de nuevo a votar como diciéndonos que no os gusta lo que hemos decidido. ¡Hay que ver!