Que sea portada en casi todos los medios que seis países europeos, entre ellos España, vayan a acoger solidariamente a los inmigrantes que viajan a bordo del Open Arms, y que el primer ministro italiano no pueda imponerse sobre su ministro del Interior para que la embarcación española pueda atracar en el puerto italiano de Lampedusa, parece una broma de mal gusto.

Es inconcebible que la Unión Europea permita estos atropellos y actúe tan tímidamente, como también lo es que los diferentes países que la integran no reaccionen antes y tengan que esperar a que la situación se encalle para mostrar ciertos signos de solidaridad que tenían que haber llegado mucho antes para evitar situaciones tan esperpénticas como la que estamos viviendo, en un asunto que se tenía que haber resuelto de otra manera.

El problema, por lo que parece, es que cuando se trata de inmigrantes no les ponemos cara, solo se haba de números, como en este caso, que son 165 personas rescatados por el buque español perteneciente a la oenegé Open Arms, cada una de ellas con el mismo derecho que tenemos cualquiera de nosotros a una vida digna. Qué menos que puedan desembarcar para ser atendidos y comenzar una nueva vida.