Me produce pudor y respeto hablar de ello, del deterioro y desgaste profesional de un servicio público esencial como los Servicios Sociales Comunitarios. Sobre todo después de leer algunos de los datos que arroja el Informe de la Red Andaluza de Lucha Contra la Pobreza y la Exclusión, las cifras que representan las personas que atendemos. Por otra parte, el Ayuntamiento de nuestra capital ni se menciona, ¿por ausencia de datos?, entre los calificados como inversores excelentes, precarios o pobres en el análisis que la Asociación de Directoras y Gerentes en Servicios Sociales: según datos correspondientes a los 385 Ayuntamientos mayores de 20.000 habitantes que han presentado ante el Ministerio de Hacienda la Liquidación del Presupuesto 2018, lo que da cuenta de su falta de transparencia.

Son ya muchos años de ejercicio del trabajo social municipal y, en nuestro ámbito de intervención, últimamente es habitual coincidir en afirmaciones como que el Sistema de Servicios Sociales y Dependencia está en situación de colapso y sufre un acentuado complejo de vertedero del resto de Sistemas de Protección Social. Pero, ¿quien rescatará esta deliberada máquina de burocracia e ineficacia? Evidentemente, ningún partido político, con oportunismo bienaventurado o no, desaprovechará la posibilidad de manipular estos datos, estás personas... Aún así, es momento de ensayar ya otras medidas, experimentadas y evaluadas en otros lares como la Renta Básica Universal, sobre todo porque convenimos que la Renta Mínima de Inserción Social de Andalucía, es una broma de mal gusto para nuestras personas usuarias; son minucias, exactamente un 8% de sus potenciales personas beneficiarias, el nivel de cobertura.

Es desalentador reflexionar sobre la evolución de las políticas sociales municipales porque se ha convertido en un combinado entre lo meramente asistencial, el paternalismo el monetarismo, y la burocracia. Y eso sin mencionar las carencias de medios materiales (equipamientos adaptados a la intimidad- confidencialidad), herramientas técnicas (manejamos hasta cinco aplicaciones informáticas) y ratios muy por debajo de las recomendadas.

El verdadero objeto de nuestra intervención, desvirtuado hace años. Y para mayor desmotivación y frustración, las medallas se las cuelgan ONG a las que derivamos a nuestras personas usuarias.

¿Derrotista? Claro, la vocación era otra cosa, esa militancia que desarrollamos fuera de horario laboral. Nuestra dignidad como servidoras públicas, pisoteada día a día, no da para más.