Aunque esta crítica caiga en saco roto y me tilden de agorero, me aflige y no puedo silenciar. Hoy muchas costumbres populares divertidas se han masificado, y eso está muy bien. Tenemos el deber moral de buscar la felicidad y vivirla; pero no a cualquier precio. Durante las fiestas de San Juan, miles de toneladas de leña, un sinfín de enseres que representan lo malo del año, cientos de kilos de pólvora y plásticos, arden por toda España. Al CO2 que liberan las hogueras, hay que sumar el de los camiones que transportaron la madera, el de las motosierras, los árboles talados que ya no intercambiarán CO2 por oxígeno y la liberación de dioxinas y furanos -persistentes contaminantes altamente carcinógenos- a la atmósfera junto a pequeñas partículas sólidas que forman el humo y agravan el efecto invernadero.

Hay tradiciones que, por nuestro bien, sobre todo el de los que se quedarán aquí cuando nos vayamos, deberían cambiar. Seguro que hay formas más respetuosas con el planeta de divertirse