Campo de concentración de Dachau, Múnich (Alemania), enero 2019. Afuera la nieve blanquea el paisaje y hace un frío helador, uno que cala los huesos, a pesar de la ropa de invierno. Dentro de los barracones se conservan aún las estructuras donde el siglo pasado muchas personas vivieron, donde muchas de ellas pasaron sus últimos días. Un poco apartados del resto de edificios centrales están los edificios donde se llevó a cabo el exterminio de muchas de esas personas (con cámaras de gas y crematorios, entre otros métodos). «El ser humano, a veces, fue y es demasiado cruel», llega a dilucidar mi mente. Y mi razón, mi entender, no llega a comprender los porqués. El guía, que realiza el recorrido con nosotros, nos explica que el pueblo alemán quiso mantener algunos de esos campos de concentración para que ese recuerdo oscuro de su historia concienciara y para que no se volviera a repetir... Porque como decía George Santayana, escritor y filósofo español, «los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo». El pasado, aquella historia o memoria que nos une al presente, nos recuerda no solo los buenos momentos en él vividos, sino también lo que en él llegamos a hacer, no tan buenamente. Porque si lo que hice el día anterior fue bueno, lo repetiré. Sin embargo, si lo que hice en él no fue tan bueno, me hizo daño o con su resultado hice daño a otros, no lo volveré a realizar. Y debería ser así de simple; extrapolándose a todas las esferas de la vida. Y no hablo de forma utópica. Es una deducción real y factible. Los cambios, si son a mejor, se deben seguir haciendo. Cambiar para mejorar. Porque, lamentablemente, todos los pueblos tienen un pasado no tan bueno. Y no repetirlo debe calar hondo en nuestra conciencia.