No creo que haya ningún cordobés que, sintiéndose orgulloso de su tierra, no mencione repetidamente la Plaza del Potro; uno de los lugares más bellos y emblemáticos de la ciudad. No hay tampoco ninguna publicación histórica, artística o turística donde no aparezca la plaza con su fuente, la posada, el museo y las losas centenarias de granito que aportan a la misma ese aspecto inigualable. Allí, ha vivido mi familia, hemos jugado de pequeños, y será por eso que le tenemos todos un especial cariño, sin haber perdido nunca el vínculo con la plaza por una razón o por otra.

La fuente, a la que tanto cantó Ramón Medina: «Allá en la fuente del Potro, nenas con sus cantarillos comentan de un caño a otro la suerte de Rosarillo...». La canción dice: «Ay, qué pena, que pena, qué pena», refiriéndose a Rosarillo; pero yo digo: Ay, qué pena, qué pena, qué pena, refiriéndome a la fuente.

Desde hace mucho tiempo, venimos observando que ya no echan agua sus caños, que ya no existe el rumor del agua en las noches estivales, que tiene pérdida de agua en su parte frontal, si bien es verdad que hay un mantenimiento de limpieza periódica realizado por Emacsa.

Al preguntar a algunos empleados de la empresa municipal, me responden que es un defecto de la fuente y no está en sus manos la solución. Que han mandado escritos al Ayuntamiento de forma reiterada informando del problema y que, hasta ahora, no ha habido nadie que se interese por subsanarlo. Es verdad que estamos en una situación difícil, pero esto viene de mucho antes.

Si de verdad se pretende activar la economía del sector turístico, principalmente, deberían recapacitar sobre este hecho, y estoy segura de que el presupuesto que se gastará en esta obra no sería inútil.

Con suerte, es posible que volvamos a ver a los vecinos, con sus cañas, llenando los botijos.