Imitando, con su clásico retraso, el absolutismo real, el Concilio Vaticano I proclamó la infalibilidad del papa en materia «de fe o costumbres». Recogiendo velas, los teólogos aclararon después que solo actuó como infalible al proclamar dos dogmas o verdades. El primero, la Inmaculada Concepción de María; vale, porque hoy se cuestiona la existencia misma del «pecado original» para todo el mundo, que tanto sirvió a los tiranos para justificar sus dictaduras. EL otro dogma, la Asunción de María al Cielo, es un tema más nebuloso, como la localización, con los avances de la astronomía, del Cielo arriba y el Infierno abajo; dado además que otro papa ha aclarado después que el infierno «es un estado de ánimo», es difícil situar hoy dónde está en cuerpo y alma Nuestra Señora. Pero sí es un patente y repetido milagro el que todos los españoles, con más o menos fe, y en un país constitucionalmente aconfesional, no tengamos que trabajar ni el 15 de agosto ni el 8 de diciembre, días en que se recuerdan tan misteriosas efemérides.