Querido amigo Eugenio Pérez-Aranda Casas (que con esos apellidos podías haber sido marqués o conde, y preferiste ser maestro escuela, lo que son las cosas), hoy escribo aquí para rendirte homenaje público por tu amistad. En el día de tu jubilación como maestro, he de decirte que ha bastado poco más que un curso para que nuestra amistad perdure para toda la vida, y eso solo se consigue por una cosa, porque he eres una buena persona, alguien que escucha, que se pone en el lugar de los demás y con el que se puede contar siempre. Has sido ejemplo vivo para alumnado y profesorado, los compañeros y compañeras no te olvidaremos nunca, además de poder seguir viéndote fuera del centro escolar, pero donde más huella has dejado es entre el alumnado del CEIP Mirasierra. Tus alumnos y alumnas, que lo serán siempre, recordarán cómo cada mañana los esperabas en la puerta y cómo a cada uno lo recibías de una manera especial. Recordará cómo le decías que venía sin lazo en el pelo a la más peinada, recordará cómo le decías que traía unas chanclas muy bonitas hasta en invierno, cómo les gritabas «ponte nervioso» cuando veías que era la hora de cerrar la puerta y venían por la otra punta de la calle. Recordarán tus gracias, tus enseñanzas, tus anécdotas, pero lo fundamental es que te recordarán a ti, y dentro de unos años, no muchos pues la vida pasa muy deprisa, te los encontrarás en la calle, y oirás un grito de «profe Eugenio», y será uno de tus alumnos o alumnas, con su pareja o sus hijos, y que a pesar del tiempo, seguirás siendo «su» profe Eugenio. Como ya dije, para mí has sido muy importante y por eso te digo que cuentes conmigo siempre y para lo que necesites. Enhorabuena por ser así y feliz jubilación.