Por tres veces, tres, Nuria de Gispert ha mostrado al desnudo el supremacismo y racismo de los separatistas, al invitar a Inés Arrimadas a volver a Andalucía. Su fanatismo totalitario la ciega. Es mérito añadido de Arrimadas, a diferencia de Nuria o mía, que escogió libremente ser catalana, cuando ya era también abogada bien situada. El odio feroz de Nuria, que a falta de razones se desfoga en insultos como llamar ignorante a quien tiene un currículo parecido al suyo, de familia de banqueros y en el ocaso de su carrera política y vital, hacia la joven política, de origen modesto, pero con más votos que nadie en Cataluña, se refleja descarnadamente en la imagen de ambas: «La cara es el espejo del alma».