Sé que para muchos es difícil comprenderlo, pero el fútbol no es solo fútbol. Son sensaciones, emociones, es felicidad y tristeza. Es un sentimiento que un día aparece sin más en nuestro interior y no podemos ni queremos controlar. El fútbol nos hace sentir cosas comparables con los mejores momentos de una vida.

Son los nervios de las horas previas a un partido sintiendo mariposas en la barriga; el cosquilleo cuando entras al estadio y ves el verde; el orgullo al cantar el ánimo de guerra de tu equipo y el subidón al inicio del encuentro; es la conexión que sientes con tus jugadores; la incertidumbre cuando el tiempo pasa muy despacio con el marcador a favor y muy deprisa con el resultado en contra, el cosquilleo en las ocasiones de gol; el éxtasis del tanto; la tensión permanente de un encuentro igualado; los minutos finales que se vuelven de infarto, de no querer mirar pero al mismo tiempo no poder apartar la vista; los largos e intensos días de domingo viajando y sumando kilómetros en la mochila, para volver con la alegría de la victoria o con el sabor amargo de la derrota. Son todas las sensaciones existentes condensadas en noventa minutos. El fútbol son recuerdos que acompañarán siempre. El fútbol es lo que nos hace pasar mejor los días. Después de las ocho horas de trabajo. El fútbol también son malos momentos, porque para que uno gane otro tiene que caer. Pero es también la fe infinita en que la siguiente vez todo será mejor; en ponerse el mono de trabajo y darlo todo en el campo.

¿Y cómo es posible que podamos sentir todo esto? Porque el fútbol es amor incondicional, es pasión que nos une, son sueños que nos hacen sentir como niños cuando rueda el balón. Esto es fútbol.