La preocupación por el exceso de plásticos de un solo uso que invaden nuestra vida cotidiana crece al saber de las grandes islas de contaminación que flotan en los océanos, con bolsas, recipientes y todo tipo de objetos que tardarán cientos de años en degradarse y que se están cargando nuestros mares. O la vista de esos vertederos que, cuando arden, están días y días ennegreciendo el horizonte. Intento reducir su uso, pero no es nada fácil. Dejo de comprar botellas de agua mineral, pues la del grifo es muy buena en Córdoba, pero... ¿Y cuando salgo a dar un paseo largo o de viaje? Lo soluciono con un termo ligero, que también lleva material plástico, pero que utilizaré durante años. Es solo un ejemplo de la dificultad. Aunque me niegue a comprar la fruta, la carne o el pescado en bandeja de poliespan, todo va envuelto en plástico. Hasta las bolsas de té, o las magdalenas, en envases individuales... Regresar a cosas tan elementales como guardar las galletas o las infusiones en una caja de metal hermética no es tan difícil. Lo difícil es que al comprarlas no estén recubiertas de film. Espero que los investigadores y las grandes marcas vayan encontrando fórmulas para sustituir ese exceso que va en perjuicio del medio ambiente y de toda la humanidad.