Un nuevo día comenzaba en su vida. Sonó el despertador. Lo apagó y, a duras penas, se levantó de la cama. La noche anterior, como muchas otras noches, no había podido conciliar el sueño. No paraban de rondarle los pensamientos sobre su vida. Y la mayoría de ellos, los contemplaba desde el prisma de la negatividad. Se bebió el café y salió en dirección al trabajo. En él, la mañana se hacía eterna. Sus compañeros la notaban algo rara. Algo distante. «No parece ella», decían. Ella solo notaba que el peso de sus pensamientos le producía un inmenso cansancio y que no podía ser tan productiva en el trabajo y en su vida personal como antes. Su grupo de amigos le insistía en salir y tomarse algo, pero a ella le parecía un trabajo tedioso. Solo le apetecía estar en casa y estar echada en la cama, sin hacer nada. Tenía depresión diagnosticada desde hacía unos meses. Estaban siendo malos momentos para ella.

La depresión es una enfermedad o trastorno del estado de ánimo, transitorio o permanente, que se caracteriza, entre otros síntomas, por un estado de tristeza profundo y por una dificultad para disfrutar, como antes, de las actividades de la vida cotidiana (anhedonia). Dependiendo del diagnóstico de la depresión en sí, la persona afectada por depresión, podrá realizar su vida de una forma más llevadera posible o no. Hay diversos factores que desencadenan la depresión: factores biológicos, genéticos y psicosociales (antecedentes familiares, hábitos de vida, traumas, duelos, abusos, etc.). La terapia médica en combinación con la terapia psicológica, ayuda en la mayoría de los casos a la persona con depresión a salir de la enfermedad en la que se encuentra inmersa. Siendo la comprensión y concienciación, asimismo, del entorno de la persona con depresión, familia o amigos, de suma importancia en la mejoría de ella.