No hay día que por la calle no te cruces con hombres y mujeres que van haciendo deporte, bien andando, corriendo y en bicicleta, unos por salud y la mayoría buscando estar en forma tratando de tener un físico esbelto y fuerte. Es cierto que el hombre no debe despreciar la vida corporal sino que, por el contrario debe tener por bueno y honrar su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día. Sin embargo, que lejos está de esta justa valoración el culto que hoy vemos tributar tantas veces al cuerpo. Ciertamente tenemos el deber de cuidarlo, de poner los medios oportunos para evitar la enfermedad, el sufrimiento, el hambre... Pero sin olvidar que ha de resucitar en el último día de nuestra vida terrena, y que lo importante es que resucite para ir al Cielo, no al infierno. Por encima de la salud está la aceptación amorosa de la voluntad de Dios sobre nuestra vida. No tengamos preocupación desmedida por el bienestar físico. Sepamos aprovechar sobrenaturalmente las molestias que podamos sufrir y no perderemos la alegría y la paz por haber puesto el corazón en un bien relativo y transitorio, que solo será definitivo y pleno en la gloria.