Para sostener el funesto modelo económico, el capital necesita cuantos más consumidores, mejor; pero el planeta no tolera este desmedido grado de depredación.

En el año 1000 éramos 310 millones de personas y en 1800 ya triplicamos la población a 970 millones. Hacia 1925 la doblamos con cerca de 2.000 millones de individuos. En 1975, tras duplicarla, pasamos a 4.060 millones de habitantes, en 2024 volveremos a doblarla hasta 8.100 millones de seres humanos. Según la ONU, en 2100 habrá 11.200 millones de personas.

Si pensamos en lo que contaminamos cada uno de nosotros -el agua que usamos y que ensuciamos con detergentes y jabones, la energía que gastamos, los alimentos que nos nutren y la basura que esto produce, las ropas y calzado que vestimos, los libros, periódicos o revistas que leemos, lo que polucionan nuestros vehículos privados, pinturas, plásticos, los residuos que desechan nuestros cuerpos y, si fumamos, el CO2 que expulsamos y el aire que contaminamos con sus carcinógenos y, de remate, la incineración cuando morimos...- la natalidad debe frenarse en seco.

¿Cuánto tiempo soportará el planeta ese grado de depredación masiva? Es fácil razonar que nuestro legado a la infancia será desolación.