Hay cosas en la vida que se comprenden demasiado bien. Por ejemplo, es muy lógico que a las empresas que venden alarmas antirrobo para las casas, les interese difundir cualquier circunstancia que alerte sobre un aumento del clima de inseguridad, asaltos y robos.

Y lo mismo pasa en la política con quienes predican que las cosas están muy mal y hay que echar abajo todo lo existente para aplicar los mágicos «productos» que ellos venden. Con tal fin sembrarán la opinión pública de datos muy negativos e incluso forzando la interpretación de alguna que otra estadística para magnificar las deficiencias y que nos identifiquemos con sus agoreras proclamas.

Y algo parecido sucede también con el progre feminismo y su propaganda sobre la realidad española en los casos (que siempre hay que prevenir, perseguir y condenar) de violencia sobre las mujeres por parte de sus parejas y exparejas. Por eso no cesan de alarmarnos machaconamente con unos datos que, no obstante sus discursos victimistas, reflejan un número de feminicidios por debajo de la media europea. Pero demasiados intereses de todo tipo encontramos en este complejo problema, como para que algunos/as abandonen su publicidad sobre lo malísimos que somos los hombres españoles.