De entre todas las excusas que se han dado para intentar justificar la injustificable ausencia del rey emérito Juan Carlos en el acto solemne de los 40 años de las primeras elecciones democráticas, la más esperpéntica e inaudita es la dada por la Casa Real: «No sabían dónde ponerlo». ¿Cómo? Ni el Gobierno ni el Parlamento tienen culpa de esa ausencia, es la Casa Real y solo la Casa Real la única responsable de ese desplante lamentable. Es mentira que el propio rey emérito prefirió no ir, para no quitar protagonismo a su hijo, como se ha dicho. Es cierto que, cuando abdicó, Juan Carlos decidió apartarse de ciertas actuaciones protocolarias para evitar esa dualidad protagonista, como cuando decidió no acudir a la proclamación como rey de Felipe VI. Pero en esa ocasión se consideró normal y, hasta cierto punto, lógica su ausencia. ¡Nada que ver con un acto que celebraba la instauración de la democracia en la que Juan Carlos I tuvo un papel fundamental, si no el principal! ¿Pero, cómo que no sabían dónde ponerlo? En todo caso, ¿para qué está la Tribuna de Invitados del Congreso? ¡Cómo no va a estar dolido! ¡Como muchos millones de españoles! Por cierto, su hijo bien podía haber hecho algo. ¡Vamos, digo yo!